miércoles, 20 de octubre de 2010

Fin del cuento…qué triste desengaño…

La chica guapa no se casa con el chico guapo. La Bella Durmiente durmió hasta morir, y Blancanieves, tres cuartos de lo mismo. Cenicienta limpió hasta el fin de sus días para su madrastra. La Bella nunca se enamoró de la Bestia, porque ese amor de cuento no existe, y él la mató, porque era eso, una bestia.

Ese chico triste y soñador estuvo espiando tras los rosales a esa chica hermosa que nunca le miró, y que no supo que existía hasta que una noche de invierno le encontró congelado junto a sus amadas flores, y solo pensó, “oh, vaya destrozo… mis rosas están heladas…”

El caballero murió tontamente tratando de vencer al dragón, y la bella dama esperó en la más alta torre de su castillo hasta que se suicidó saltando por el balcón. Julieta se enamoró perdidamente de Romeo, y bebió el somnífero por él, pero él no murió por ella. Sólo se fue, y cuando Julieta despertó, se encontró sola, como lo estaría el resto de su vida. La chica y el chico que se enfadaron jamás volverán a estar juntos, porque ella no llorará por él y él no la salvará a ella.

Simplemente, no comeremos perdices. Nuestro cuento no tendrá un final feliz. Ni siquiera es un cuento. Es mi pequeña historia, de bonito principio y triste final, donde un actor secundario tuvo más importancia de la que merecía, o me dio a mí más protagonismo del que merecía yo. Quizás interrumpí en un cuento que no era el mío, y el caballero que no me correspondía me echó lo mejor que pudo…

Pero lo que mi cuento me ha enseñado, es que ninguna rosa está encantada, solo tienen espinas que hacen daño a quien las toca; que los finales felices no existen, porque tu no quisiste que así fuera; y, sobre todo, que las ranas no se convierten en príncipes con el primer beso de amor… sólo croan.

Porque mi final feliz hubiese sido que no hubiese un final… un final imposible para un cuento imposible que jamás existió.

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