miércoles, 20 de octubre de 2010

Mi historia de Romeo y Julieta.


Se alzó el telón y Romeo miró a Julieta. Ella sintió el amor clavándose en su pecho, sin poder a penas respirar, sin poder a penas pensar. Sólo sentía las alas de mil mariposas revoloteando en su cuerpo. Bajó la mirada, cohibida, pero él la mantuvo sin miedo. Y en ese momento, Julieta supo que estaba enamorada de Romeo. El joven, siempre seguro de sí mismo, la protegió contra todo mal.



Pero un desafortunado incidente quiso que la suerte los separara. Julieta esperó y esperó, deshecha en lágrimas y añoranza, mientras Romeo, pensativo, simplemente callaba…



Ella cedió a la desesperación, y, sin dudar un instante, bebió el veneno que le daría la paz que Romeo le había robado, deseosa de que terminara el dolor, que callase el amor, que sus ojos se cerraran para no volverse a abrir.



Y cuando Romeo descubrió en la tumba de frío mármol el nombre de la que fue su ilusión, su cuerpo frío y pálido, sus labios descoloridos y en sus ojos los restos de su último llanto, siguió callado…


Y sin una lágrima, ni un grito, ni tan siquiera un mísero ápice de dolor, se encogió de hombros y se dio la vuelta para marcharse, pensando que había sido una lástima volver para encontrar a Julieta muerta.



Y de esa manera, Julieta murió en cuerpo, al beber el veneno; y murió en alma, en la agonía de la indiferencia de Romeo.

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